Suficiente.

 

Hay un lagarto que asoma en las tripas.

Le das una frambuesa en forma de escalada, y quiere más.

Le ofreces un arándano redondo, maduro, que corre por un sendero entre robles y helechos. Tampoco le basta.

Un vivac frío bajo una noche estrellada, fruto escaso y hermoso. Ni eso lo sacia.

El lagarto sigue pidiendo.

Pero hay que enseñarle a saborear el arándano, a sentir la dulzura.

A no mirar a los otros lagartos —los más grandes, los más pequeños, los que viven en árboles cargados de fruta—.

Eh, lagarto...
Estás bien así.

No necesitas ser otro.

No necesitas más fruta de la que ya tienes entre las patas. Enamorate de tí. 




Comentarios

  1. Lagarto incansable y de corazón intrépido! Me encanta este blog!

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