sábado, 8 de noviembre de 2025

Camino.

Durante mis años de universidad, cayó en mis manos un libro de la editorial Desnivel titulado Montañismo, La libertad de las cimas. Aquel manual abarcaba todo: los principios de la escalada en roca, el alpinismo, la acampada, la orientación, los primeros auxilios… incluso dedicaba capítulos a la geología, al ciclo de la nieve y a la meteorología.

El libro definía el concepto de Libertad de las Cimas, una idea que me resonó profundamente. Fue un descubrimiento importante para mí, porque sentí que había encontrado un camino, una dirección que me apetecía explorar. Ese concepto se traducía en una forma de recorrer las montañas con respeto, conocimiento y soltura. Sin embargo, aquella libertad no era algo dado, sino algo que debía conseguirse a través del intercambio de ofrecer entrenamiento, preparación y motivación.

Ese enfoque me parecía profundamente completo. Implica tanto el entrenamiento físico como el mental: poner el cuerpo a punto para moverse por terrenos verticales y exigentes, y a la vez desarrollar una mente serena. Requiere también conocer a fondo el medio en el que te mueves, leer las montañas, entender la roca, la nieve y el tiempo, y saber utilizar el material que te acompaña. Además, hay un componente esencial en la relación con el compañero: aprender a confiar, a apoyarse mutuamente, a formar equipo. En esa conexión he crecido mucho como persona.

Al principio pensaba que el alpinismo era un espacio libre. Pero con el tiempo comprendí que, como casi todo en la vida, también está contaminado por normas, presiones, comparaciones y exigencias. Se nos dice cómo, cuándo y dónde debemos hacerlo. Qué es lo valioso, y qué no. Aparece una especie de currículum alpinista que parece necesario cumplir: unas vías que hay que escalar, una forma de vestir, unos códigos, unas reglas sobre cómo se debe progresar, a qué se puede agarrar uno y a qué no. Y es entonces cuando aquella motivación pura e iniciática empieza a transformarse.

Ahora, después de haber seguido en muchas ocasiones las normas y expectativas de los demás, he comprendido que lo verdaderamente importante es estar en paz construyendo mi propia trayectoria. Esa paz nace de haber trazado un camino propio, uno que realmente deseo recorrer, con mis reglas, mis ritmos y mi manera de entender la montaña.

En ese camino, una de mis prioridades es fluir. Fluir entendiendo que el verdadero disfrute en mi montaña aparece cuando el cuerpo se mueve sin tensión. Cuando surge la rigidez en una pared o en un paso difícil, cuando los horarios se estiran, cuanto te pierdes, algo se rompe: desaparece la ligereza, la conexión. Muchas veces es inevitable, y se aprende, pero mi objetivo es reducir al mínimo esa tensión. ¿Cómo? Entrenando con constancia, eligiendo objetivos acordes con mis capacidades del momento y cultivando la serenidad mental, la soltura en el movimiento y la concentración. Pero también a través del orden en el material, de una buena planificación y de la comunicación honesta con el compañero. En definitiva, a través de todas esas pequeñas capacidades que hacen que, algunos días, en ese estado de flujo, encuentre mi Libertad de las Cimas.


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