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Svanetia.

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  “ იშვაშ   ჰარ ” — aprendimos a decir “gracias” en svano, un idioma en peligro que solo se habla en esta región montañosa del Cáucaso. Llegar hasta aquí no ha sido fácil. La carretera, estrecha, sinuosa y colgada sobre el vacío, no admitía errores, ni siquiera viajando en un cuatro por cuatro. Al cruzar los últimos puertos, los valles se abren: anchos y silenciosos, muchos de origen glaciar. Sus antiguas lenguas, hoy en claro retroceso, modelaron este paisaje. Recorrer montañas tan lejanas a las habituales es un juego distinto. Aquí uno no reconoce la mayoría de las plantas, las costumbres de sus habitantes ni los caprichos de la meteorología. Lo que antes eran simples curvas de nivel en un mapa, se convierte paso a paso en collados, crestas y senderos reales. Los pueblos, muchos sin asfaltar, guardan un ritmo propio. En las calles, las piedras se mezclan con las huellas del ganado y las risas de los niños que juegan. 

Oeste.

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Escalar una vía de Rivas me suele hacer especial ilusión. En mi ámbito laboral, ambiental y forestal, sigo utilizando sus Mapas de Series de Vegetación de España de 1987, lo que es alucinante. Me sigue pareciendo increíble que, décadas después, ese trabajo siga siendo una referencia tan válida y útil. En este caso, era la Oeste a la Aguja Negra. Una de esas vías anotadas en el cuaderno de proyectos desde hace una temporada. La hicimos en un caluroso día entre semana, con poca gente todavía por los Galayos. Nos pareció bonita, aunque creo que ambos esperábamos que fuese algo más continua. Aun así, supo compensar con su carácter de clásica, con sus rincones inesperados y su entorno. Tocar la roca de Galayos, jadear un poco en la apretura y bajar con los pies recalentados a tirarse al agua, siempre es bueno para el cuerpo y la mente.

Energía.

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En un mundo que parece asomarse al abismo, hay oscuridad... Y, al mismo tiempo, en la misma proporción.. mucha luz! Subir a las montañas puede parecer un acto individualista; no seré yo el primero ni el último en pensarlo... Pero hay algo que te impregna, que te llena de claridad. Tal vez el sentido más profundo de recorrer la naturaleza en movimiento sea precisamente ese: Volver ahí abajo y esparcir esa energía..!

Maliciosa.

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Aunque crecí en la Costa Vasca, hoy vivo en la Sierra de Guadarrama. Y digo Sierra de Guadarrama y no Madrid , igual que digo C osta Vasca y no Getxo , porque lo que me une a estos lugares no es una ciudad ni una línea en el mapa, sino el vínculo con el territorio: la tierra, el mar, la vegetación, el relieve, el paisaje, y sobre todo... quienes lo habitan. Un vínculo que me hace sentir parte de los lugares que reconozco y comparto. Cada mañana, cuando salgo a pasear con la perra, alzo la vista hacia una montaña modesta, pero con el carácter más alpino de toda la zona: La Maliciosa . Su imponente cara sur se eleva sobre Mataelpino, recortando el horizonte con una silueta inconfundible. En esa cara sur, y también en el vecino Peñotillo, se esconden algunas buenas vías de escalada. No son muy continuas y a menudo están sucias, pero regalan largos bonitos en un entorno con auténtica atmósfera alpina. En invierno, a pesar de su orientación sur, sus canales guardan pequeñas joyas. Ent...

El río.

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Todas las semanas me baño en el río que baja de las montañas. Intento mantener la calma, que el cuerpo no se tense, que el frio me traspase y me limpie. Es un momento de intensidad y vigor. Y luego viene la calma, que en días fríos acompaño con una infusión. El frio y el calor. La transformación radica en abrazar la totalidad.

Suficiente.

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  Hay un lagarto que asoma en las tripas. Le das una frambuesa en forma de escalada, y quiere más. Le ofreces un arándano redondo, maduro, que corre por un sendero entre robles y helechos. Tampoco le basta. Un vivac frío bajo una noche estrellada, fruto escaso y hermoso. Ni eso lo sacia. El lagarto sigue pidiendo. Pero hay que enseñarle a saborear el arándano, a sentir la dulzura. A no mirar a los otros lagartos —los más grandes, los más pequeños, los que viven en árboles cargados de fruta—. Eh, lagarto... Estás bien así. No necesitas ser otro. No necesitas más fruta de la que ya tienes entre las patas. Enamorate de tí. 

El Caldo.

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  El contraste de temperatura me pega en la cara y reconforta. Hay una mesa libre, junto al fuego. Me acerco, sintiendo cómo el calor empieza a calar bajo las capas de ropa. Me quito el casco con manos torpes, luego las gafas, empañadas. Los guantes los dejo caer sobre la mesa, húmedos y pesados. Llevo unas horas inmerso en la ventisca, pero ya he llegado al calor del refugio. -Ponme un caldo, por favor…