domingo, 23 de noviembre de 2025

Gorbea.


Es viernes. En unas horas pongo rumbo al norte para ver a Aita y Ama. Empiezo a hacer la pequeña maleta y, de repente, me entra una idea como un rayo. La última borrasca ha descargado fuerte en el norte… ¿Cuánta nieve habrá dejado en los montes vascos?

Abro la webcam del refugio del Gorbea y me parece ver bastante grosor, incluso unas huellas de esquís. Llamo al refugio para preguntar por las condiciones: ¿Se puede esquiar? Me confirman que, al menos para foquear, hay nieve suficiente. Uy… esto tiene buena pinta. Esquís, pieles, mochila… al coche.

En el trayecto confirmo las bajas temperaturas bajas y algunos copos caen en el puerto de Altube.

A la mañana siguiente, temprano, dejo el coche en Pagomakurre. Desde allí mismo me calzo los esquís. Al principio el espesor es escaso y en algún paso de agua tengo que descalzar, pero a medida que gano altitud la montaña se tiñe de blanco y el paisaje se vuelve precioso. Anboto, Aizkorri, Aldamin… Cumbres modestas en un territorio de lomas, pero que con nieve ganan un carácter especial.

Subo por la normal, charlando con distintos senderistas y con algún otro esquiador. Lanka se lo está pasando en grande, jugando con la nieve. No conozco muy bien el Gorbea, pero siempre he querido bajarlo esquiando. La subida, con nieve venteada, no presagia una gran bajada, así que avanzo hasta quedarme al oeste de la cumbre, en una antecima tranquila donde puedo disfrutar del paisaje en soledad.

Me lo tomo con calma. Veo una buena huella por lo que parece ser nieve polvo entre las lomas de Urratxa y Gatxarreta. Por donde he subido hay mucha gente y la nieve está dura… mejor probar por aquí.

Empiezo a bajar y la acumulación aumenta a cada metro, hasta meterme en una vaguada donde las condiciones son perfectas. Al resguardo de las hayas, enlazo unos giros bonitos, parando cada poco para esperar a Lanka y recordarme que estoy solo en esta zona de la montaña, que no es lugar para hacerse daño.

Llego a una borda idílica. Pongo las pieles a secar y juego con Lanka. El sol empieza a derretir la nieve acumulada sobre las hayas y el bosque no para de moverse. 

Vuelvo a ponerme los esquís y me acerco al refugio de Gorbea. Tomar un caldo caliente en el interior es mi manera de devolver el favor por la información del día anterior... He disfrutado muchísimo de este día de esquí de montaña en los montes vascos. Y he abierto la puerta a una zona llena de posibilidades, a la que suelo prestar menos atención cuando vengo al norte.

sábado, 8 de noviembre de 2025

Camino.

Durante mis años de universidad, cayó en mis manos un libro de la editorial Desnivel titulado Montañismo, La libertad de las cimas. Aquel manual abarcaba todo: los principios de la escalada en roca, el alpinismo, la acampada, la orientación, los primeros auxilios… incluso dedicaba capítulos a la geología, al ciclo de la nieve y a la meteorología.

El libro definía el concepto de Libertad de las Cimas, una idea que me resonó profundamente. Fue un descubrimiento importante para mí, porque sentí que había encontrado un camino, una dirección que me apetecía explorar. Ese concepto se traducía en una forma de recorrer las montañas con respeto, conocimiento y soltura. Sin embargo, aquella libertad no era algo dado, sino algo que debía conseguirse a través del intercambio de ofrecer entrenamiento, preparación y motivación.

Ese enfoque me parecía profundamente completo. Implica tanto el entrenamiento físico como el mental: poner el cuerpo a punto para moverse por terrenos verticales y exigentes, y a la vez desarrollar una mente serena. Requiere también conocer a fondo el medio en el que te mueves, leer las montañas, entender la roca, la nieve y el tiempo, y saber utilizar el material que te acompaña. Además, hay un componente esencial en la relación con el compañero: aprender a confiar, a apoyarse mutuamente, a formar equipo. En esa conexión he crecido mucho como persona.

Al principio pensaba que el alpinismo era un espacio libre. Pero con el tiempo comprendí que, como casi todo en la vida, también está contaminado por normas, presiones, comparaciones y exigencias. Se nos dice cómo, cuándo y dónde debemos hacerlo. Qué es lo valioso, y qué no. Aparece una especie de currículum alpinista que parece necesario cumplir: unas vías que hay que escalar, una forma de vestir, unos códigos, unas reglas sobre cómo se debe progresar, a qué se puede agarrar uno y a qué no. Y es entonces cuando aquella motivación pura e iniciática empieza a transformarse.

Ahora, después de haber seguido en muchas ocasiones las normas y expectativas de los demás, he comprendido que lo verdaderamente importante es estar en paz construyendo mi propia trayectoria. Esa paz nace de haber trazado un camino propio, uno que realmente deseo recorrer, con mis reglas, mis ritmos y mi manera de entender la montaña.

En ese camino, una de mis prioridades es fluir. Fluir entendiendo que el verdadero disfrute en mi montaña aparece cuando el cuerpo se mueve sin tensión. Cuando surge la rigidez en una pared o en un paso difícil, cuando los horarios se estiran, cuanto te pierdes, algo se rompe: desaparece la ligereza, la conexión. Muchas veces es inevitable, y se aprende, pero mi objetivo es reducir al mínimo esa tensión. ¿Cómo? Entrenando con constancia, eligiendo objetivos acordes con mis capacidades del momento y cultivando la serenidad mental, la soltura en el movimiento y la concentración. Pero también a través del orden en el material, de una buena planificación y de la comunicación honesta con el compañero. En definitiva, a través de todas esas pequeñas capacidades que hacen que, algunos días, en ese estado de flujo, encuentre mi Libertad de las Cimas.


lunes, 3 de noviembre de 2025

Sobre ruedas.

 

Otoño es un buen momento para rodar entre árboles con la bicicleta.

El aire es fresco, el suelo está húmedo sin llegar a empaparse, y las hojas se levantan a tu paso. Acertar con la ropa no es fácil…pasas del frío al calor con solo cambiar de orientación en la montaña, pero da igual. En el bolsillo llevas un par de castañas recién cogidas, y no hacen falta barritas.

Durante la subida por pista hablas con los amigos, te pones al día,  y disfrutas de transmitir la fuerza de tus piernas a un mecanismo sin muchos intermediarios, sin electricidad ni baterías. Solo fuerza, sencillez, un buen desayuno y ganas de estar ahí.

La pista se estrecha y se vuelve sendero. Beber, comer un poquito. Cada uno se concentra en su bajada, en la técnica, en las raíces resbaladizas, en abrirse en esa curva, en buscar la línea buena entre las piedras. Algún grito de disfrute, otro de adrenalina... Jugamos. Sonreímos.

Y volvemos a subir.


Nubes.

  El mar de nubes tapa la llanura y sus pueblos. Sobre ellas solo hay azul y claridad. No son capaces de cubrir lo alto de la Sierra, ni las...